miércoles, 8 de abril de 2009

Cuento zen

Pu Tai llevaba una hora caminando cuando oyó una voz a sus espaldas “Espera, espera, tengo que preguntarte algo…”
-Tú dirás…
-¿Es malo que un niño de seis años no haya reído nunca?
El hombre del saco de tela lo miró extrañado.
-Se trata de mi sobrino, el hijo de mi hermana Peonía Roja, es incapaz de esbozar la menor sonrisa, y mucho menos de reír…y sin embargo no parece que esté enfermo.
-Algún punto habrá por el que se pueda entrar en su corazón, contestó Pu Tai pensativo…
Pu Tai decidió visitar al niño y acompañó al hombre a la casa de su hermana Peonía Roja. Al ver al chico y palparle los pulsos comprendió que se hallaba escaso de afecto. Su madre tenía otros hijos a los que atender, era viuda y vivía de lo que le daban un miserable huerto y una vaca de expresión estúpida.
Pu Tai aceptó un agrio té de camelia, mordió un par de galletas rancias, suspiró, dio unas cuantas vueltas, hizo sonar su vientre como un tambor y, finalmente, le dio un intenso y cariñoso abrazo al niño silencioso.
Peonía Roja y su hermano observaban. Por tres veces repitió Pu Tai el abrazo, aumentando cada vez, con precisos jadeos, la temperatura de su cuerpo. Cuando parecía que no iba a ocurrir nada, el niño comenzó a parpadear y parpadear, despertando del sueño de su apatía, emergiendo como una mariposa de la crisálida de su indiferencia. A continuación, miró a cada uno de los allí presentes y mostró todas las sonrisas acumuladas durante años en una sonora expansión de labios felices.
-¿Qué le has hecho?-preguntó la madre, que no cabía en sí de gozo.
-En el abrazo nuestros oídos escuchan lo que no se dice-respondió Pu Tai.


Este es un cuento que pongo porque me parece muy chulo y muy curioso.
Espero que os guste.

1 comentario:

Eva dijo...

¡Qué bonito!